26 abr 2009

Capítulo 7. Un paraíso hecho de ilusiones.

“El recuerdo es el único paraíso del cual no podemos ser expulsados.”

“Cuando a alguien le cortan las alas de la ilusión, debe, con los pies en el suelo, andar con el corazón.”

Un paraíso hecho de ilusiones.


Por fin llegamos al esperanzador paraíso tras dos duros días de viaje y, la verdad, me decepcionó bastante. Un gran valle, cubierto por un manto de hierbajos, cuatro casas de madera, una de ellas más grande que el resto y unas cuantas ovejas pastando en un destartalado corral. Si os soy sincero, esperaba ver ángeles, preciosos telares, abundante comida, pero aquel mundo perfecto que todos esperábamos con ahínco resultó ser un fiasco. Pero yo era demasiado joven para entender nada. El primer día en aquel lugar me impactó, yo diría, de por vida. Recuerdo que el que
parecía el jefe de aquel lugar, más que nada porque era el que informaba a los recién llegados, le dijo a mi madre “Señora, las cosas aquí son muy simples. Trabajará cinco horas para ganarse sus cinco créditos diarios, esta tarde se le asignará un trabajo adaptado a sus destrezas. Con esos cinco créditos diarios podrá “pagar” un techo donde cobijarse, comida con la que alimentarse y ropa con la que abrigarse usted y su hijo. Con esos créditos también pagará la educación que recibirá su hijo. En caso de que usted enferme, tendrá que ampararse en algún familiar o amigo. Mi consejo, empiece pronto a hacer amigos, aquí es fácil somos una gran familia. Es todo, disfrute de su estancia en este hermoso valle.” Aun recuerdo a la perfección la cara de madre, una lágrima resbaló por su mejilla. Entonces yo no lo sabía, pero mi madre lloraba de gratitud, nunca le habían dado tanto por tan poco. Ella tenía que trabajar yo tenía que ir al colegio ¿Qué clase de paraíso era ese?
Pasamos un año increíble, en la escuela me enseñaron c
osas sorprendentes y avivaron, por así decirlo, mis ganas de aprender. Me encantaban las clases en el campo, solíamos leer poesías, estudiar a los animales de la zona. Yo tenía fascinación por los lobos, era difícil toparse con uno. Andaban siempre distantes, observándonos a nosotros. Aun recuerdo el día en el que vi mi primer lobo, sentí como su mirada fría como la nieve, me observaba desde la lejanía. Pero su fría mirada me transmitía un calor indescriptible. No se que tendría aquella mirada, pero fue como verme a mi mismo, fue como volver a sentirme parte de la naturaleza, volver a sentirme libre. Una extraña sensación recorrió mi cuerpo, un bienestar inmenso que se avivó al tomar una fuerte inhalación de aire fresco. No entendía el porqué los pastores hacían batidas para matar lobos, no entiendo como eran capaces de aquello. Por suerte, mi profesor, consiguió convencerles de que no matasen más lobos. Los pastores poseían el rebaño y no querían que unos animales salvajes les matasen algo de su propiedad. Pero los lobos solo querían sobrevivir, como lo estábamos haciendo todos en aquella aldea. Por suerte se protegió a los lobos y se convirtieron en el emblema del pueblo, representando su resistencia hacia aquellos que quisiesen arrebatarles la libertad. No mentiré si digo que fue uno de los mejores años de mi vida. Mi madre, de no ser por la pesadez que le producía el desconcierto en torno al paradero de mi padre, vivió un año de felicidad, amistad y alegría. Empezaba a entender aquella especie de paraíso. No era perfecto y tal vez por eso, parecía tan perfecto. Todos en aquel humilde poblado se ayudaban mutuamente, trabajaban por los demás y nadie holgazaneaba, pues por cinco o cuatro horas de trabajo no se moría nadie. Los inviernos eran más duros, sobrevivíamos gracias a suministros almacenados y a comida que nos llegaba del otro lado de las montañas. Soportábamos el invierno como lo hacían los lobos, con estoicismo, sin lamentarnos de su dureza y aceptando los momentos más duros, eso nos hacia más fuertes y nos permitía disfrutar más del resto del año. Recuerdo que mi madre no me había dedicado tantas horas en la vida, ojala hubiese estado mi padre…
Fue una mañana gris de 1937. A mi madre y a mí nos despertó un sonido que habíamos encerrado en lo más profundo de nuestra memoria, el sonido de las sirenas. Los demonios que se llevaron a mi padre habían vuelto, para expulsarnos del paraíso. Presas del pánico volvimos a salir al exterior, nos habían enseñado que hacer en caso de que sonasen las alarmantes y estridentes sirenas, nos dirigimos rápidamente al refugio subterráneo del viejo granero. De camino vimos a los soldados salir rápidamente de sus casas, fusil en mano, apretando bien los dientes, con los ojos rojos de rabia. Como lobos a la defensiva, los demonios venían a echarnos de aquella tierra como los pastores del pueblo intentaron hacer con los lobos. Los soldados daban miedo, en sus miradas se podía leer la frase “No podemos permitir que nos roben nuestra libertad.” Gritos de soldados salpicados por el sonido de disparos, recuerdo aquellas frases como si fuese ayer “Todos unidos, tenemos que defender a esta gente o abandonar nuestra libertad.” Mi madre y yo llegamos al granero, dejando lágrimas por el camino. Mi madre me dijo “Se un buen chico y quédate ahí abajo con el resto de niños, no hagáis ruido y no salgáis por lo que más queráis. Madre tiene que irse, pero prometo volver y llevarte de excursión a la montaña si te portas bien.” Un fuerte y calido abrazó, sello la trágica despedida. Me adentre con los ojos borrosos por las lágrimas en la oscuridad del sótano, junto a mis amigos. Mi madre y el resto de mujeres se enfundaron cartucheras y cogieron fusiles para reunirse con el resto de soldados, toda ayuda era poca. Cerré los ojos, escuchaba el llanto de muchos de mis compañeros, los disparos, los gritos, las sirenas, pero pude escuchar por encima de aquel estrepitoso cúmulo de sonidos, el aullido de un lobo que desgarró una de las noches más duras de mi vida…

Continuará...

2 comentarios:

Ácrata dijo...

Ay madre...
Bff...¿Cómo nos dejas así?
En fin, habrá que esperar...
Un beso.

Adrián dijo...

sinvergüenza... ya puedes escribir el siguiente capítulo!!
Esto no se hace!!